Aquel jarrón adornado con bellas flores frescas donde sus aromas perfumaban la habitación dándole un aire bohemio ha perecido.
-Así como las rosas se han marchitado así también se ha marchitado mi corazón, un tieso pedazo de carne se ha convertido, que ya no palpita por nadie ni siquiera por mí-. En la cama donde yacía el cuerpo frio con la mirada perdida como buscando algo, algo que no encentrará, algo que no volverá, que nunca estará allí de nuevo.
-Devuelve la vida -gritaba el cuerpo- devuélveme la fuerza, devuélveme mis ganas de segur-. Imploraba aquel cadáver una y otra vez con las lágrimas que brotaban de sus ojos, lo hacía incesantemente aunque aquel cuerpo no tuviera vida. Pasaron días y días, y sus fuerzas de segur se esfumaron. El cuerpo seguía en la misma posición frio e inerte en la misma cama, pero no se pudría, se conservaba aun fresco. Algo la ataba a aquella tierra, algo no la quería dejar. Una fuerza la estaba acompañando todo el tiempo, todos los días, un joven iba a la casa a darle cuidados, a no dejar pudrir su cuerpo, el cadáver se preguntaba -¿por qué! Por qué no me dejas pudrir?, déjame en paz, yo ya no quiero permanecer aquí, yo ya lo acepte y deseo desaparecer, ya no quiero volver de nuevo-. Pero el joven no se resistía a perderla del todo, aunque no haya tenido su corazón, podría tener su cuerpo, aquel cuerpo delgado, frágil, tieso y frio que tanto él deseaba. La cuido y la convirtió en su diosa personal, la idolatraba con un amor tan grande que ni la necromancia podía entender.
-te quise tanto tiempo en silencio cuando aun vivías - le decía el joven a aquel cadáver, mientras frotaba su mejilla suavemente -y ahora que por fin te puedo tener no dejare que te pudras, porque ERES MIA, SOLO MIA. Con los ojos exaltados se abalanzó a ella en un abrazo, y la joven muerta solo podía derramar esas lágrimas de angustia, al no poder dejar este mundo.
-Estoy muerta deberías aceptarlo- le respondió ella, pero él nunca la oyó
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